Querido Çay

Lo nuestro no fue amor a primera vista sino una leve atracción fruto de la curiosidad, la novedad y la llamativa forma de tu vaso. Lo confieso, lo primero que me atrajo de ti fue tu exterior…. Esa cintura marcada y esas curvas sinuosas.

Áspero y amargo, así te sentí la primera vez. Costaba hasta tragarte. Sobre la mesa, había un cuenco lleno de pequeños terrones de azúcar blanco. Aunque hace tiempo que no tomo, no había más opción. Puse uno, pero aquello no mejoraba… Necesité tres terrones para poderte beber.

Y esa extraña forma de prepararte… hacen falta dos teteras para tenerte completo. En la de abajo, simplemente se hierve agua. En la de arriba, se te hierve a ti. Y es que es tan fuerte tu sabor que hay que diluirte para poderte tomar.  Dos dedos en el vaso y el resto agua…

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Y míranos hoy. No me imagino ya mis días sin ti. Te tomo en cualquier vaso, taza grande y hasta de papel. Porque adoro tu amargura y tu fuerza… ni azúcar le echo ya. Siempre en su punto, siempre dispuesto… muchas veces acompañado de unas “tablas” o backgammon, con frío por las noches o sueño por las mañanas y a veces simplemente con vistas al mar.

 

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Y es que los sabores más intensos de la vida, aquellos que dejan huella, no son siempre los más fáciles de probar… pero sí los más difíciles de olvidar.