Lo más difícil de un viaje largo…

No hace mucho me preguntaban qué había sido lo más difícil de aprender durante el viaje… Supongo que quien pregunta espera la respuesta típica de “los baños”, la suciedad de las camas, los idiomas, la comida, las ratas/cucarachas/demasbichosindeseables o el choque cultural… Nada de eso. Lo más difícil de aprender para mí fue a decir adiós.

Llegas a una ciudad, dónde te espera una persona para acogerte en su hogar, y abrirte de par en par las puertas de su casa, de su familia, de su cultura. Te reciben y te acomodan entre los suyos… Eres parte de sus vidas durante esos 2 o 3 días que compartes con todos ellos… Pero llega un momento en el que hay que seguir. La ruta continua y el viaje no para… y ese, es uno de los momentos más difíciles para nosotros.

Al principio intentas engañarte a ti mismo y les invitas a tu casa, a tu ciudad, a tu país… les suplicas que vengan para poder devolver un poquito de todo lo que has recibido. Sigues en contacto a través de las redes sociales, pero no es suficiente, no es lo mismo… Pero de vez en cuando, quien te roba el corazón sabes que no viajará a tu casa, sabes que no tiene Facebook… que no volverás a verlos. Es tan evidente que no puedes engañarte a ti mismo…

Nunca olvidaré el día que dejamos la Capadocia después de haber estado en casa de Mehmet y su familia. Esa imagen de su madre diciéndonos adiós desde la puerta con lágrimas en los ojos… durante las siguientes 2 horas solo hubo silencio entre nosotros… la pena por el adiós nos invadió durante casi todo el día… Seguimos recordándoles muchas veces, con mucho cariño… e intentamos hablar con ellos siempre que podemos, y al final… somos nosotros los que hemos prometido volver…

Urgup

O aquella abuela de Samarcanda que con cariño nos miraba y nos hablaba de sus viajes… en un rusenglish difícil de entender, pero que era suficiente para viajar con ella a través de sus recuerdos por la URSS de los años 60. O esa familia de Nukus que nos integró de evento en evento, de fiesta en cena…

O Mohma y su familia en Teherán, o Ramin, nuestro gran anfitrión en Shiraz o las horas cocinando juntos en Isfahan… Los más de 50 amigos que dejamos atrás en Turquía, las conversaciones a la fresca en Tayikistán, la extrema hospitalidad de aquel pequeño pueblo de Veshab, el cariño que recibimos en Almaty o cuando nos sentimos parte de Bishkek gracias a nuestros anfitriones… O Hasan, quien nos inspiró tanto que nos hizo dedicarle una entrada a su historia… siempre presente en nuestros viajes. 

Hasan2

Y la guinda nuestra familia de Omán… porque ya no somos amigos, dicen ellos que a partir del 3º día en una casa, según su tradición, ya no se es amigo… ahora somos parientes… increíbles y generosos allí donde los haya.

Ya sabíamos lo que significaba decir adiós… antes de empezar la ruta fuimos anfitriones también. Jamás olvidaremos a nuestra familia australiana favorita que atropelló nuestro hogar durante su vuelta al mundo con sus 3 hijos y quienes nos enseñaron que era muy factible hacer un viaje largo cuando se dejaba el miedo en casa. O aquella pareja y media que llegó desde Estambul y que tuvimos el gran privilegio de volver a ver cuando viajamos nosotros, ahí sí, siendo ellos ya 3…

Fikri

Gente que llena tu mochila, tu corazón y que te hace sentir que tienes una deuda enorme con el karma, universo o vida, como queráis llamarlo… pero sí, hemos recibido del mundo mucho más de lo que nunca habíamos dado… más de lo que podíamos imaginar. Y a veces, nos embarga la sensación de tener una deuda enorme que no podremos pagar…

Decir adiós es, sin duda, de las cosas más difíciles que hemos aprendido en el viaje. Junto con ser humilde y reconocer que necesitamos a todo aquél que nos rodea para que nuestro viaje sea perfecto… porque la ruta es más fácil y el viaje más completo cuando ellos forman parte del camino. Y es que la gente es lo mejor del viaje… La mejor postal. El mejor recuerdo.

Gracias. Mil veces Gracias. Gracias