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Sighnaghi… corazón del vino

Si hay algo que nos gusta cuando viajamos es descubrir pequeños pueblos pintorescos de esos que te roban el corazón nada más llegar. Así es Sighnaghi, un escenario de película que bien podría ubicarse en cualquier región vinícola europea… pero no, se encuentra en Georgia y está muy orgulloso de ello.

Lo que más nos llama la atención al acercarnos, después de un trayecto de 1,5 horas desde Tbilisi, son los tejados de teja roja… no más uralita ni metal. No más cemento ni plásticos cubriendo los techos. Teja… horneada y bien colocada. Brilla el sol y hace relucir el pueblo con su iglesia de dos campanarios y su extraña muralla que nada (o más bien poco) rodea. Esperemos que algún experto en murallas nos pueda explicar qué sentido tiene proteger el campo en vez de la ciudad o incluso la iglesia… esa rareza aún le imprime más magia al lugar!

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Decidimos hacer noche allí, a pesar de la proximidad con Tbilisi, Sighnaghi merecía al menos un par de días de nuestra parte: queríamos verlo todo y hacerlo todo… probar sus vinos, visitar su monasterio y ver sus aguas milagrosas y a la gente bañándose en ellas! Nos daría el presupuesto para todo?

Empezamos con un recorrido por el pueblo. Una plaza que parece principal con el ayuntamiento y unas fachadas preciosas llama nuestra atención. Todo está pintado, enlucido y muy cuidado… parece que nos estaban esperando. Se llega a ella a través de un paseo arbolado muy fresquito que nos alivia del intenso calor… y es que el calor es casi insoportable, sobretodo viniendo como llegamos de Kazbegi donde la temperatura era 15º grados menos. Una pintoresca calle con varios restaurantes y tiendas de comida conecta con la segunda plaza del pueblo. En ella, una fuente que recuerda la riqueza vinícola de la región refresca a la gente que se sienta en sus terrazas. Allí encontramos el punto de información turística dónde al menos una de las chicas habla inglés.

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Fachadas

Diferentes fachadas del pueblo

En la otra dirección, y bajando por una calle empedrada y llena de adoquines, llegamos hasta la iglesia que tanto había llamado nuestra atención desde el minibús cuando nos acercábamos al pueblo. Y desde ella se accede a la muralla del pueblo. Muralla que está en muy buen estado y que incluso se puede recorrer por arriba en un paseo de unos 45 minutos. Pero que no protege nada. Eso es lo que más nos fascinó… todo el pueblo, casi todo, está fuera de la muralla, incluida las dos iglesias y el ayuntamiento. Dentro de la muralla hay 4 casas maltrechas, muy deterioradas y sin terminar, un par de restaurantes y un parque nuevecito, llamado parque etnográfico, que escondía el que fue nuestro mejor aliado para cumplir nuestros deseos sin pasarnos del presupuesto: una tienda de vinos que ofrece degustaciones gratis a los visitantes!

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Degustando vinos Georgianos

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Extensa carta de vinos

Así que ahí estábamos… probando los deliciosos y no tan deliciosos vinos georgianos de los que tanto habíamos oído hablar que sólo habíamos probado los “de la casa”. Es innegable que les gusta el azúcar en los vinos y en los cavas donde el semi-seco es lo menos dulce que se puede encontrar.

No sé si es porque somos santfeliuencs de adopción, de Sant Feliu del Llobregat, llamada la ciudad de las rosas, pero el vino que más nos gustó con diferencia fue uno hecho con rosas y flores silvestres. Nunca habíamos probado un vino así, olía a rosas y sabía a rosas… es increíble!  Nos encantó… costó separarnos de la copa, todo sea dicho.

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Sorprendente vino de rosas… y nuestro blanco favorito!

Monasterio Bobde… aguas milagrosas

A unos 3km por la carretera desde el pueblo, unos 45 minutos andando, se encuentra uno de los monasterios más famosos de Georgia, el monasterio Bobde. No es su arquitectura ni su iglesia lo que atrae a cientos de feligreses cada día… ni sus vistas ni paisajes. Son sus aguas milagrosas las que hacen que muchos georgianos enfermos se desplacen hasta allí. De camino, lo único bueno fue poder disfrutar de las vistas panorámicas del pueblo de vez en cuando… porque andar por el asfalto y esquivando coches no es algo que nos guste mucho. Al llegar vimos una iglesia antigua, pero que no sigue los trazados de la iglesia Georgiana, algo que no se ve con buenos ojos hoy en día, ya que la forma de sus iglesias y la religión son elementos cohesionadores de una cultura que sigue reafirmándose día a día. Así que justo detrás, están construyéndose una nueva iglesia acorde a los cánones estéticos marcados. Sus jardines están muy cuidados por unas monjas que se afanan a hacer todas las tareas: limpian, cocinan, siembran, cobran, vigilan al personal… la amabilidad no estaba entre los votos que hicieron al unirse a la congregación, así que no esperéis muchas sonrisas!

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Monasterio nuevo, más acorde a la estética del país

Hay que reconocer que las vistas desde el monasterio son increíbles… y ahí está, un cartel que reza “holy springs” y unas escaleras muy monas que se cuentan por cientos que te llevan hasta ellas.

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Las escaleras se hacen eternas… llegan hasta el valle que es dónde se encuentran los manantiales. Una vez allí, una monjita muy alegre te cobra en función de lo que quieras. Beber tiene un precio y meterte dentro tiene otro… evidentemente, el milagro de Dios no es gratis… Allí había un hombre con media cara destruida metiéndose en el agua para curarse… no seremos nosotros quien le vaya a decir lo contrario, ya que viajaba rodeado de amigos y familia que le daban todo su apoyo. Eso es fe y lo demás son tonterías.

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Sin duda la parte más cuidada y bonita es el lugar dónde los monjes y monjas hacen su vida… y donde por supuesto, no se puede pasar.

Un pueblo que se nos queda en la memoria y que nos hace lamentar que por las fechas cerradas de los visados de Azerbaiyán y Uzbekistán, no tengamos más tiempo para recorrerla… así que si algún día volvemos, esa zona y no otra será nuestra prioridad.

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