No me llames Tunceli, mi nombre es Dersim

Tercer día de Ramadán, 5 de la tarde a pleno sol… la gente abarrota las plazas degustando cerveza helada. No, no nos hemos tele transportado… seguimos en Turquía. Viendo nuestra cara de asombro nos desvelan el secreto: “no somos musulmanes, no somos turcos y este pueblo no se llama Tunceli” Así empieza una historia de represión y masacres en uno de los escenarios naturales más impresionantes que hayamos visto en Anatolia, con un final feliz y aplastante: la entrada del partido kurdo en el parlamento Turco.

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Los conoces, convives con ellos, tomas café… sabes que son kurdos, quieres preguntar pero ellos no quieren hablar… hasta que en un instante, brota la confianza y da pie a la conversación. No sabes porqué, pero de pronto, simplemente sucede… bajan la voz, miran a su alrededor, cierran la ventana del coche y entre susurros, como quien te cuenta un secreto, te explican algo que debería estar grabado a fuego en los libros de Historia… el pasado de su pueblo, lo que sus abuelos les contaron y lo que no se explica en los colegios turcos.

Corría el año 1934 y desde el recién estrenado gobierno de la república Turca, se aprobó una ley de Reordenación del territorio que buscaba cambiar de asentamiento ciertas poblaciones en función de su etnia o religión, para conseguir una mayor homogeneidad cultural para favorecer la estabilidad del país. En resumen, diluir y desplazar todo aquello que no fuera turco. En aquel entonces, Dersim era una provincia semiautónoma que ya se había rebelado anteriormente contra el gobierno turco, quien había respondido con una fuerte presión militar en la zona y bombardeos aéreos. Gobernaba Ataturk, con un gobierno de partido único vigente hasta 1950, y al frente del gobierno se encontraba Inonu quien posteriormente sería el sucesor de Ataturk tras su muerte en 1938. La rebelión la capitaneaba Seyyid Riza, jefe de una tribu zaza de la región. Dersim, que significa puerta de plata, pasó a llamarse Tunceli que significa “con mano de bronce”… algo ofensivo para sus ciudadanos. Unos 30.000 habitaban el pueblo en aquel momento. Y el 14 de Agosto de 1938, 11.000 perdieron la vida entre fusilamientos y torturas. En la recién aperturada fosa común, en 2014, se han encontrado restos no solo de hombres, también de mujeres y niños que fueron capturados y masacrados indiscriminadamente.

Durante décadas este tema ha sido tabú en Turquía, al igual que otros muchos, como el exilio de griegos o el genocidio armenio en 1915, y es que a los turcos no les gusta hablar de lo que hizo el gobierno para conseguir la unificación del país ni una sociedad homogénea… Pero ahora hace 4 años, Erdogan sorprendió a la nación disculpándose por aquella matanza y pidiendo perdón al pueblo de Dersim. Y lo que es más importante… devolviéndoles su nombre y parte de su libertad. Porque desde entonces, desde 1938, año de las masacres, hasta nuestros días, 4 bases militares han rodeado la pequeña población que cuenta hoy con 25.000 habitantes. Parece que haya más soldados que ciudadanos…

Nadie es musulmán… los alevíes no siguen los 5 preceptos del islam, no hacen distinciones entre hombres y mujeres y rechazan de forma contundente cualquier tipo de violencia. No sienten la necesidad de islamizar a nadie. Rezan una vez a la semana en la “Cem Eví”, los jueves, un tipo de iglesia que en nada se asemeja a un templo musulmán. Aun así, nos llama la atención escuchar al Hassan llamar a la oración. “El gobierno ha construido 3 mezquitas aquí”… nos comentan “evidentemente están vacías… Sólo acuden los soldados. Los musulmanes tienen la manía de intentar convertir a todo el mundo al islam, es más, dicen que todas las personas nacemos musulmanas aunque no lo sepamos”.

“No somos turcos… eso está claro. Somos kurdos, pero kurdos zaza. Hablamos zazaki, unas 2 millones de personas lo hacen. Tenemos tradiciones diferentes y una religión diferente que los kurdos. No muchos de nosotros hablamos zaza en Dersim hoy, la prohibición de enseñarlo en las escuelas y las fuertes represiones han estado a punto de acabar con nuestro idioma… suerte que nuestra cultura es más fuerte que sus armas y hoy está renaciendo el uso de la lengua”

El río Munzur es la base de la vida en Dersim y está considerado, su nacimiento, casi una deidad, un lugar santo. Los alevíes adoran la naturaleza como a un Dios más y le dan gracias cada día por estar ahí, al sol por nacer por las mañanas y al río por fluir sin tregua bañando sus verdes campos. Vamos a ir a conocerlo… Creímos que sería ver unas cascadas más, pero no imaginábamos lo que nos encontraríamos.

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Se encuentran en Ovagik. Y son simplemente el paraíso. Al circular por sus carreteras rápidamente nos dimos cuenta de que aquí las cosas eran distintas: estaba limpio. No había kilos de basura acumulándose en las cunetas como en el resto de Turquía… “Será que no pasa nadie por aquí” nos dijimos. Pero al llegar a las cascadas, había cientos de personas allí, como siempre haciendo picnic pero esta vez, sin miles de botellas de agua, papeles ni restos de basura decorando el paisaje. Estaba limpio de verdad. La gente metía su basura en bolsas… nos sorprendió tanto que sentimos la necesidad de compartirlo. Nuestros amigos sonrieron con orgullo.

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Antes de llegar a las cascadas paramos a beber agua carbonatada que fluye de forma natural de la roca. Otro de sus muchos lugares santos… un grupo de mujeres custodian la fuente y piden limosna a los osados viajeros que se atrevan a parar para beber o fotografiarla… eso sí, a cambio rezan por ti. O eso dicen…

Otra parada… el peñón de la masacre. Un terraplén abalconado que da al río Munzur y desde dónde los soldados Turcos fusilaron a los habitantes aquél 14 de Agosto… “Dicen que el río bajó rojo durante 3 días por la cantidad de sangre que llevaba”. Se te pone la piel de gallina de estar allí, en uno de los enclaves más maravillosos que has visto nunca y saber que se usó como paredón para aniquilar a una población que sólo pedía quedarse en su casa.

Balcón desde donde se cometieron los fusilamientos

Balcón desde donde se cometieron los fusilamientos

Al llegar a las cascadas el bullicio era impresionante. Justo en el nacimiento, la gente enciende velas y monta pequeños altares… Las familias se agrupaban en grandes barbacoas, a plena luz del día. Es sábado de Ramadán… Cierto, aquí nadie es musulmán. Comen, juegan, cantan… ninguna chica joven lleva pañuelo y las mujeres mayores lo llevan con el pelo al aire. Ropa fresca, mangas cortas y shorts… Aunque no hace falta porque al lado del río la sensación es casi mágica. El calor era abrumador, costaba casi sostenerse bajo el sol… pero al acercarte al río, el aire gélido y sagrado que llega del deshielo de las montañas se te mete en los huesos y al paso del tiempo, te obliga a coger una manta. Es reconfortante saber que existe un lugar que a pesar del calor estival, te hace temblar con el recuerdo de la nieve y el frio. Fluye el rio, bajo sus pequeños puentes… agua deliciosa que beben sin parar.

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Altares en la roca, en el nacimiento del río Munzur

Y lo único que puedes hacer en ese momento es cerrar los ojos, respirar y tener fe… porque si la magia existe, es allí dónde se encuentra. El misticismo del lugar es innegable. Tanto, que a Erdogan se le ha ocurrido que allí debe construir una presa… los lugareños no saben bien para qué, sólo se les ocurre que es para molestar… pero con la victoria del HDP ahora mismo, poco puede hacer.

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Tuvimos más anfitriones que nunca, todos ellos nos trataron como a miembros de la familia… Fue increíble gozar de la compañía de tan grandes personas y tan generosas. Conocimos, aprendimos, nos escalofriamos y prometimos volver. Porque a Dersim hay que volver tantas veces como se pueda… aunque sólo sea a beber agua de la fuente, bañarte en el río y tomarte una cerveza helada en la terraza, en camiseta de tirantes, sin que nadie te mire mal ni te juzgue. Es un verdadero oasis en medio de Turquía que nadie debería perderse.