Sigacik

“Viaja despacio” nos dijeron… “esa es la clave del éxito. Si viajas despacio, llegarás a buen puerto. Párate, mira, saborea y disfruta del camino porque no hay más que eso. Camino”. Y por fin, tres semanas después de empezar nuestro viaje recordamos ese sabio consejo. Y lo hicimos… echamos el freno y empezamos a viajar despacio… muy despacio.

Sigacik es uno de esos pueblos que se te gravan en la retina, invaden tus sentidos, colapsan tu lógica y no desaparecen del recuerdo… es pequeño, encantador y cuidado al más mínimo detalle. Tiene sus ruinas, su mar, su castillo que no hay castillo, su muralla y sus barcos… lo tiene todo. Llegar allí fue una delicia y estar allí, un regalo.

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Nada más llegar nos sorprendió gratamente lo que ellos llaman “Old Castle” o viejo castillo. Sus casitas blancas, bien ataviadas de flores y con suspersianas recién pintadas daban la bienvenida a un par de viajeros cansados. Paseamos sin rumbo esperando a que nuestro host nos viniera a buscar. Y allí estaba… esperándonos el mejor desayuno que habíamos visto hasta el momento.

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Y es que fue en Sigacik donde aprendimos a decir “kavalthi”… la que se convertiría en una de nuestras palabras favoritas en Turco. Y un placer que pensamos llevarnos con nosotros en nuestras mochilas allá dónde vayamos. Cambiarán los ingredientes, pero no dejaremos escapar la oportunidad de compartir un desayuno mezclado con charlas y tiempo… sobretodo tiempo.

Nos dirigimos hacia la que iba a ser nuestra casa ese largo fin de semana y no dejaban de llamar nuestra atención las casas y restaurantes que veíamos a nuestro paso. Al salir de la zona del old castle nos encontramos con un precioso paseo marítimo, poco transitado y con mesitas en el borde donde poder tomar un çay o comer pescado asado.

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Teos: ciudad jónica

Otra sorpresa nos esperaba en Sigacik… la ciudad jónica de Teos. Dicen que posiblemente su capital porque estaba en el centro de las 12 ciudades jonias. Como dijo estrabón, eran artistas, tenían y gozaban del buen vino y adoraban a Dionisos.

(…)Este es el lugar de encuentro y Residencia de los artistas dionisíacos que viajaban alrededor de Jonia hasta el Helesponto. En Jonia se celebró una asamblea general, y se celebraban unos juegos cada año en honor de Baco. Estos artistas antiguamente habitaban en Teos, una ciudad de los jonios, la siguiente en tamaño después de Colofón (,.,) Estrabón XIV, 1, 29

Un templo en su honor es lo primero que encontramos… Poco se conserva en pie, alguna columna suelta y un dibujo nos ayudan a entender lo que estamos viendo. Dice el texto que era el templo más grande del mundo antiguo conocido dedicado a Dionisos.

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Si seguimos las flechas que más o menos marcan el camino, encontramos Bouleterion, parte de la muralla, y unas cisternas. Nos sorprendió muchísimo el buen estado de conservación del Bouleterion, ya que por el camino por el que se llega es imposible verlo: al llegar al final, hay que subir las rocas para aparecer en su parte superior.

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Pero es la magia de la zona y la libertad de la visita lo que más nos gustó. La entrada es libre y gratuita y la ruta está ligeramente pautada… muy ligeramente. Se encuentran algunos carteles indicativos que te permiten localizar todos los monumentos. Aun así nos perdimos un poco… El paisaje, como no podía ser menos, estaba decorado por olivos milenarios, todos ellos protegidos, cuyos años les conceden un aspecto tétrico y muy barroco… Su tamaño y sus retorcidas formas y huecos troncos desatan la imaginación de cualquiera. Un agricultor de la zona, en una mezcla de “turcoangloalemánporsignos” nos explicó muy orgulloso, que esos olivos lo habían visto todo: acumulaban miles de años de historia, habían presenciado guerras, sitios, terremotos, ciudades, pueblos, culturas… y que todo eso se notaba en el sabor de sus olivas. Que por eso eran las más buenas de toda Turquía… (nótese que remarcó esto último con varios aspavientos de brazos y gestos de placer con su cara)

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Historias que inspiran

Quizás de lo mejor de estar en Siragic fue conocer a Yanki: original de la Capadocia, manager durante varios años en una empresa de exportación en Izmir, un día se despertó y tanto ella como su marido decidieron dejarlo todo para irse a vivir a ese pueblo. Empezaron a hacer mermeladas caseras para mantener a su familia, cultivar sus alimentos y disfrutar de la vida. Pero sobretodo, ofrecerle a su hijo una vida más natural y real de la que podían ofrecerle en la gran ciudad. Un soplo de aliento para aquellos que creemos que otra vida es posible.

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Sopresa Dominical… Delicioso!

Al levantarnos el domingo no podíamos imaginar lo que nos esperaba… si bien sabíamos que había mercado el domingo porque Yanki y su familia habían estado trabajando en la cocina para preparar todo lo que tenían que vender, no creíamos que pudiera ser algo tan exagerado y bonito a la vez. Los puestos se alineaban por las caóticas calles del old castle ataviados hasta arriba de comida artesana elaborada casi en su totalidad con productos ecológicos… Mermeladas, Gozlemes, Dolmas… y sorprendentemente encontramos carquinyolis!

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Una banda de música del pueblo recorría sus calles, animando a todo aquel que la escuchaba a seguirles marcando el ritmo. Nos llamó la atención que uno de sus instrumentos tradicionales se parecía muchísimo tanto en el sonido como en la forma a las gralles. Y es que parecía que todo apuntaba a casa.

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Recorrer sus puestos y saborear su comida fue un placer… sobretodo porque lo hicimos antes de las 12 que es cuando llega la gente de Izmir a arrasar el mercadillo.

Como decíamos al principio, viajar despacio tiene sus ventajas… y una de ellas es descubrir los pequeños pueblos escondidos.

Dónde nos alojamos?

Nos alojamos en casa de Yanki, justo en el centro del pueblo y encontramos su habitación a través de Airbnb, una web de alquiler de habitaciones entre particulares… en este caso, Yanki alquila la casa entera y usan ellos la cocina para preparase para el mercado del domingo, con lo que estuvimos solos casi todo el tiempo y fue genial! Podéis encontrar su casa en el siguiente enlace!