En medio de la ruta de la costa jurásica encontramos esta pequeña ciudad costera que nos encantó nada más llegar. Sus calles, sus gentes nos transportaron  a en un viaje en el tiempo. Cada detalle era especial: la decoración de las calles, de sus playas…

Lo que más nos sorprendió fue su larga playa, si bien no eran de arena fina, estaba ataviada con tumbonas y casetas de madera para que las familias se protejan del sol. Hay juegos infantiles en ella… todo en armonía y perfecto para volar a los años 50.

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Sus calles estaban decoradas con guirnaldas de papel de colores… estrechas y blancas, pero conservando ese estilo victoriano tan carácterístico de la arquitectura británica. Sus toldos de colores vivos y sus comercios abarrotados de baratijas de plástico y juguetes hinchables hacen que las calles parezcan más estrechas de lo que realmente son. Y el sonido de las gaviotas… presente en cada rincón de Weymouth.

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Al pasear por su casco antiguo llegamos al embarcadero… sus pequeños botes de vivos colores se mezclan con sus edificios ajados, salpicados de forma desordenada con vistas al mar… un mar azul que cruza cada 10 minutos un bote de remos llevando pasajeros por una libra. Serpentea desde mar abierto hasta un puente que da entrada al pueblo. Un lugar pacífico y bullicioso al mismo tiempo donde los niños juegan a pescar cangrejos con una especie de red circular donde ponen un cebo al fondo. Es divertido… y los cangrejos son grandes!

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Una perla de las que valen la pena recorrer. Un lugar al que volver…

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