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Safranbolu… un pueblo otomano con aroma a azafrán

Hace ya años que leí sobre Safranbolu… la Unesco lo había declarado patrimonio de la Humanidad. Desde 1994 no les quedó más remedio que proteger todo el conjunto debido a la cantidad de monumentos históricos de la época otomana que se hallaban en el pueblo. En el s. XIII, Safranbolu era una ciudad próspera que se dedicaba al cultivo de Azafrán. Además, dada su situación, era paso obligado de las caravanas que iban hacia Europa por la ruta de la seda. Del s.XIV, 1322, encontramos la antigua mezquita, el antiguo baño y la antigua madraza.

Las rutas de caravanas alcanzaron su apogeo en el s.XVII e hizo que el mercado central tuviera que ampliarse para adaptarse las crecientes necesidades de los viajeros. De ese periodo se conserva el Cinci INN con 60 habitaciones para huéspedes, la mezquita Koprülu y la mezquita Let Pasha, además de muchísimos comercios, casas, establos y baños turcos… En el s. XX y debido a la aparición del tren, la ciudad cayó en decadencia hasta que a finales del s. XX empezó a nutrirse otra vez del turismo.

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Llegamos a Safranbolu desde Ankara, un trayecto de unos 100 km, agradable y sin escenarios sorprendentes. Allí nos esperaba Hasan, un profesor de física en la Universidad con el que aprendimos muchísimo sobre la cultura Turca… desde un punto de vista irónico y a veces un tanto cínico. Y es que hay turcos que también saben reírse de sí mismos como hacemos nosotros. Llegamos, comimos algo porque era pronto… encontramos un menú de pollo con arroz, ensalada y patatas por 5TRL… fue amor a primer bocado! Después pedimos un Çay, jugamos un backgammon y esperamos a nuestro anfitrión… una vez más, el sr. Ets perdió.

Al día siguiente nos levantamos pronto para recorrer la parte antigua. Decidimos ir andando (como no)… eran unos 4km, ya que nos hospedábamos en la parte nueva del pueblo.

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Y por fin estábamos ahí… Safranbolu es un pueblo otomano de indudable belleza, dónde casas y edificios históricos se levantan aun orgullosos sobre adoquines traviesos que no dejan al pie del viajero bajar la guardia. Sus formas soberbias recuerdan la importancia que tuvo antaño, sus edificios públicos y servicios no dejan de evidenciar que fue, no sólo importante por su azafrán, si no por ser cobijo de aquellos viajeros que llegaban de muy lejos… y su hospitalidad sigue intacta hoy. Una parada que debería ser de obligado cumplimiento para todo aquél que viaja a Turquía.

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Llegamos al centro, dónde lo primero que llamó nuestra atención fue el Hamman, del que os hablaremos al final de esta entrada. Lo rodeamos y nos introdujimos dentro del mercado central. Ahí estábamos nosotros, callejeando entre las decenas de tiendas del s. XVII dejándonos envolver por los olores y colores que nos rodeaban. Safranbolu sabe a azafrán y huele a jabón artesanal… una delicia para los sentidos.

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Callejeando por sus puestos, llegamos hasta el Cinci Inn, un hotel que ya en el s.XVII acogía viajeros cansados. Hoy sigue en activo y se puede visitar… podéis pagar 1TRL por la entrada o bien consumir algo dentro. (Un çay cuesta 2TRL y si aprovecháis para ir al baño, ya os habrá salido gratis). No os podéis perder las vistas desde arriba…

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Por supuesto, no podeis iros del pueblo sin degustar los lokums de azafrán. Dicen los lugareños que sus lokums (delicias turcas) son especiales porque son menos dulces que las que se encuentran en el resto de Turquía. Y tienen razón. A nosotros personalmente nos gustaron más. Pero cuando probamos los de azafrán… son sencillamente increíbles! El sabor no nos recordaba a nada que hubiéramos probado anteriormente, así que definitivamente os recomendamos los lokums de azafrán de Safranbolu.

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Varias mezquitas dignas de visitar y establecimientos dónde degustar un çay completaron nuestra jornada en Safranbolu… hasta que cayó la tarde y decidimos darnos un homenaje: visitar el hamman que habíamos visto nada más llegar.

Qué se esconde detrás de una ciudad que es patrimonio de la Unesco?

Una vez más, sentimos la necesidad de salirnos de la ruta marcada e ir a recorrer la cara oculta del pueblo. Nos llamó la atención que la gente que habitaba esas casas tan otomanas y conservadas eran rurales y de escasos medios. Queríamos ver el backstage del pueblo y ahí estaba… una casa que es patrimonio de la unesco no se puede reparar, ni reconstruir… se tiene que restaurar. Y eso escapa, y por mucho, a los medios de los que disponen sus inquilinos. Gallinas y alguna cabra habitan esas casas, llenas de moho, humedades, con techos rotos y goteras.  Y es que para que la humanidad conserve y disfrute, la población local se tiene que sacrificar… y es curioso, después cuando vemos que han convertido todas las casas en hoteles nos quejamos… pero si las vemos medio en ruinas, tampoco nos gusta. Que difícil equilibrio entre conservación y habitabilidad.

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Nuestro primer (y creo que último) baño en un hamman

Nada más llegar al centro, nos llamó la atención los antiguos baños, justo en la plaza que podríamos decir es la principal. Por 40TRL (en Estambul son 50€-60€ el precio, más del triple) te ofrecen el típico pack completo. Del s.XVII se conservan en perfecto estado, aunque por supuesto, hay que obviar la limpieza y no fijarse mucho en los detalles. La energía que fluye dentro es sensacional, te transporta en el tiempo y te hace revivir lo que debía ser el baño hace 300 años… esperamos a última hora del día y decidimos darnos, por fin, un homenaje…

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Nos hicieron pasar, al Sr. Ets, en la zona de hombres, completamente desnudo, y a mí, en la de mujeres solo con la ropa interior de abajo. (Podéis llevar un bikini si queréis, yo no iba preparada). No son mixtos… casi ninguno lo es. Todo el interior de mármol tiene 5 estancias en cruz latina donde se acumulan grifos y cubetas con bancadas alrededor donde sentarte. En eso consiste la ducha… coges agua con la cubeta y te la vas echando por encima mientras respiras los vapores que emanan del centro. La sala está tan caliente que el agua casi la prefería fría… a los 15minutos de estar dentro me vino a buscar la masajista… una mujer grande y fuerte era quien iba a darme “el baño de espuma”. Consiste en frotar todo el cuerpo con una esponja de de cedras duras para exfoliarte la piel muerta… creo que perdí un kilo de piel en aquella sesión, pero lo más sorprendente es que a pesar de la rudeza con la que lo hacía (olvidaos de vivir un momento zen al estilo Spa), no me hizo daño en ningún momento. Aquello duró 15 minutos en los que la mujer me movió arriba y abajo como quiso… llave de sumo tras llave de sumo me fue dando la vuelta para que no quedara zona sin rascar. Al terminar, un masaje de 15 minutos por todo el cuerpo que no es mucho más relajante… Una vez más, te manipula arriba y abajo, te crujen la espalda, te recolocan las extremidades (aunque no sabes bien dónde) y cuando terminan te pasan de nuevo a la ducha, dónde te lavan el pelo, (a su manera de nuevo) y te dejan aclarándote y recomponiéndote de semejante paliza. Lo curioso es que mientras vuelves a la ducha o pasas a la sauna la sensación de haberte quedado como nuevo es increíble…

Hay que viajar despacio para saborear estos pequeños pueblos que están cargados de historia y de razones para ser visitados una y mil veces…