Ortaköy, mezquita de luz

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Caminando por el barrio de Besiktas descubrimos una zona preciosa y llena de vida. Nos la habían recomendado varias personas de Estambul, y realmente no nos decepcionó. Era domingo, así que estaba llena de parejas y familias disfrutando de un día al sol. Pocos turistas se cruzaron con nosotros. La zona es, nos dijeron, de las más caras de todo Estambul. Así que no nos sorprendió la colección de Ferraris, Porsche y Lamborginis que se amontonaban, literalmente, en sus calles.

Bancos, franquicias, tiendas de ropa y varias, quizás muchas, «gofrerías» y tiendas de chucherías y chocolates se encuentran en la calle que discurre paralela al paseo marítimo. El olor a dulce y azúcar quemado se mezcla con los perfumes que impregnan el ambiente y el tan característico olor a jazmín que acompaña los paseos por la ciudad. Los adoquines y el empedrado irregular hacen difícil el caminar con los altos tacones que tanto gustan por esta zona… pero las mujeres se defienden con estilo. El caótico tráfico no podía faltar y minúsculos parkings improvisados en los que el conductor deja la llave al vigilante para que, literalmente, «se busque la vida», parece la solución. Ases del tetris que consiguen aparcar en zonas peatonales decenas de coches grandes que aterrizan en la zona.

Es agradable caminar por el… con Asia de fondo, yates en primer plano y casas de lujo al otro lado es un paseo bonito en sí. Por curioso que parezca, Estambul no tiene tanto tramo de paseo marítimo como debiera, ya que gran parte de él es privado. Pertenece a los palacios, a hoteles o en el caso del lado asiático, es propiedad privada de las mansiones… Así que es normal que les guste el trozo que tienen. La gente se sienta feliz en los bancos, en familia y degustan su tan preciado çay, el cual cocinan en unas latas de leña sobre las que ponen la tetera. Curioso ver eso justo enfrente de un Ferrari… pero es que esto es Estambul.

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Al final del paseo marítimo nos encontramos con Ortaköy, una mezquita que vale la pena visitar. Es diferente a las que habíamos visto hasta el momento. Tenía muchísima luz natural que entraba a través de dos pisos de ventanales sin vidrieras que dejaban entrar la luz a raudales. Arañas de cristal con motivos dorados colgaban del techo, dándole un toque muy versallesco. Alfombras, paredes, puertas y ventanas todo en armonía con la estética de la mezquita. Nada viejo… todo en perfecto estado.

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Una mezquita orgullosa al lado del mar, en un sitio privilegiado y de una arquitectura muy cuidada, vale la pena detenerse a mirar los frescos tanto en sus paredes como en el techo. Decorada hasta el último detalle, su nivel de conservación es excepcional.

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Y es que si no fuera porque había gente rezando, ese espacio recuerda más a un salón de baile de algún palacio francés que a un lugar de culto y oración.

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Y es aquí donde hay que degustar los kumpis. Un plato típico turko (aunque los griegos reclaman la idea también como propia) que consta de una patata asada a fuego que se le pone queso y tantos complementos por encima como el cliente quiera…